Saturday, February 26, 2011


Del tiempo largo

Fina García Marruz


A veces, en raros
instantes, se abre, talud
real y enorme, el tiempo
transcurrido.
Y no es entonces
breve el tiempo. Como el pájaro
al elevarse abarca con sus alas
un diminuto pueblo o costerío,
la inmensidad de lo vivido arrecia,
y se mira remoto el ayer próximo,
en que el pico ávido bajaba
en busca de alimento.
¡Qué eternidad
de soles ya vividos! ¡Y qué completa
ausencia de nostalgia! Para crecer
se vive. Para nacer de nuevo
y rehacer la mala copia original.
Para crecer, se sufre. No se quiere
volver atrás, ni tan siquiera al tiempo
rumoreante de la juventud.
Que no para que el rostro
luzca lozano y terso se ha vivido.
No para atraer por siempre con el fuego
de la mirada, no con el alma en vilo,
por siempre se ha de estar.
De cierto modo
la juventud es también como una cierta
decrepitud: un ser informe,
larva, debatíase, qué peligrosamente
amenazado. Se vivió. se salió,
quién sabe cómo, del hueco,
de la trampa:
valió el otro
del bosque de la vida, el pleno encanto
de los claros del sol entre lo umbrío
para pagar su precio: lo tanto
costó poco; poco el sufrir inmenso
para esta dádiva: al rostro
orne la arruga como el pecho la cinta coloreada
de un guerrero
o como al niño la medalla premia
por la humilde labor.
Como el avaro
el peso de un tesoro, encorva
la espalda anciana el peso
del vivir.
Mas ya, arriba,
a la salida, ya, se mira
hacia atrás sonriendo, renacido,
como agrietada cáscara el polluelo,
ya se van desligando las amarras,
del extraño navío, y como novio trémulo
locamente lo incierto hace señales.

Costó dolor, muerte costó, la vida.
Y al tiempo, breve o largo, siempre corto,
como el relámpago del amor, se le mira
ya sin recelo ni amargura
como a las heridas de la mano, en el arduo
aprender de su oficio,
contempla el aprendiz.

Bella es toda partida.

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Para saber más de esta poeta pincha aquí.

Thursday, February 17, 2011


1

Los chicos –súcubos, lamiendo, hincados, un plato de leche–

ponen nombre –la filia–, producen gemas, tamaño de lágrimas,

chicas de lamé, chicos de chiffon, tul bordado con pirañas,

escamas de pómez –raspan piel–, psoriasis, ojos

rojos de conejo, muchachos albinos emitiendo luz –serios, lustran

una estatua de Démeter–, ciudad roída, polilla en la boca,

líquido de labios –¿prepucios?, ¿precipicios?–, orina, perdónales:

embudos de plástico que te traen toda, tubos quirúrgicos,

anestesia –sin cabida– aquí, dolor, tijeras, corte:

la arcada es resquicio: allí expira la voz. Los chicos –manos–

países rotos, columnas de débito, crédito sin fondo,

matraz, ácido, formalina y bálsamo, espejo de otro.

Transformadores de electricidad, circuitos cortados,

la oscuridad: baba, bilis: sí. Dicen sí los chicos,

la sopa de sus cuerpos. Chicas aprietan

un tubo celeste de pasta dental. La vía láctea, alicate

cortando un pezón. Vía láctea, prótesis, tridente, tres

palabras, beso, intestino, sagrario.


Los chicos, pan en sus tostadoras. Los amiguitos

aspiran neoprén –condones, como de aire, flores simples

de papel burbuja– pulmones transparentes de ángeles.

La moneda del mar, ¿se transa sola? Ese plástico te conoce.

Te confina al glaciar, el refrigerador, frío dentado, cubos

congelados de suero, algo que se enconstra en el poema.

La bragueta, una medialuna partida por Freud. La ciudad –Freud–

es otro y otro. La bipartición simple –filosofía–, el estolón,

el espolón, el diálogo. El teléfono vibra. Llamada de otro mundo.

Un mudo te extiende: lengua o qué: mapa, cuerpo

para acupuntura, porno escaso de las motas de polvo.

Los ácaros se reproducen. Comen piel muerta. Chicos

participan del hartazgo. Arneses y correas: insectario

confundido con pecera: la polilla disfrazada

imita al búho, anteojos de físico. Hay muchachitas:

les encanta el olor de los lápices fluorescentes,

las esporas de helechos, el rollo de los faxes:

soldados perdidos en la leyenda de Ícaro

–tragan alcohol de las salas de autopsia, el barro donde muere

alguien, la invisibilidad de sus dientes–, desaparecido

en el descampado, el asesino y su ternura,

bacterias besándonos como otro sol.

2

Es verdad la nomenclatura, tabla periódica de donde sale azufre,

lija y laja (raspa los talones) la tina –4 patas–

semi desconchada: alguna vez se sumergió una diva

bajo espuma, jazz, el chubidú-chubiduá, sex-shop:

dildo rosa, cuchara de palo para revolver puré,

delantal con la cara de Monalissa, látigos de cuero, taparrabos,

abrir higos por el centro, boca, sonrisa de payaso. Es verdad:

el silencio ata, huye la salamanquesa, bebes idéntica

jarra que ella, te da alopecia, se te hace carie, la muela del juicio

excreta olor de bosque, tronco podrido

donde crece moho.


Entonces vienes tú, tu rabia, tu gordura –es arena–: allí

emergerán tortugas para irse al mar. Tu maldad es mar. Alimenta

el futuro. El horizonte, afiche de turismo. Un afiche

que enseña oleaje. Las tortugas de la orilla emergiendo

(las gaviotas intentan comérselas). Ellos

nos oyen, pegados, secretos al otro lado. La pared.

Los pulgones no tocan el jazmín, la buganvilla. El ficus

no sobrevivió al hielo. Las goteras. La calle

es arena –la que hincha tu tripa–, como si niños hubieran

levantado un castillo, y lo pisaran. Sostenerse

en el placer: destruir. Los pies.

La edificación que soñamos. Turismo,

gafas de sol –nos echan lubricante–,

felación a la sombra, luz,

aceite de oliva, bronceador

al entrar a un horno,

pequeños saltitos

en la superficie del sartén.

Mientras llueve.

Mientras llueve y en las islas

–parecidas a nosotros, mitad de la urbe–

a las orillas de ellas,

desde el interior de sus bosques,

acuden cangrejos.

Es verdad la nomenclatura de sus corazas,

abiertos nenúfares, entre ola y ola

arrojando sus huevas.

El temblor

que les antecede.


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Poemas míos de Muchachos Cayendo de las Nubes, inédito.


Sunday, February 06, 2011


Un poema de Paulo Henríquez

Valdivia, 1972. Miembro fundador del Grupo Mangosta. En 1998 es antologado en Poetas jóvenes del sur de Chile, Ediciones LAR y obtiene el primer lugar en el Concurso de Poesía del Centro Cultural Pablo Neruda, de Valdivia. Actualmente se desempeña como profesor de Castellano en la localidad de Quilacahuín y prepara su libro Crónica del ángel, Ediciones Mangosta (Información del año 2000)


LA POZA

Patricio me dice: "¡Escribe! "
y un silbido cruza la memoria
Las lágrimas de mi madre
caen en flores sobre el infinito
la mano de mi abuelo sigue martillando estrellas
Silencio
Mi tío Alfredo se quitó la vida
Mi tía Ana María murió en el parto
Mi primo Sergio se ahogó en el mar
Mi tío Beto cruzó la ciudad
como una chispa de la fragua de Vulcano
Mi tío Pancho encumbró su bandera
como el único sobreviviente de una isla
Mi abuela lanzó el bastón a la orilla del camino
y entregó su sangre a las betarragas.

"Luis Alberto me viste con la mañana
René me lleva en moto a la escuela
la micro de Mesa toca la bocina
y los triles responden furiosos
Mi lugar es ´el árbol de las manzanas de plátano
y cuando el Independiente Fútbol Club' tiene partido
salgo con mis hermanos a vender chicles
Tengo la boca negra con el maqui
juego a la pelota con Vitoco
encumbro volantines con mensajes a Dios
y robo grosellas en la huerta de al lado.
(mis zapatos aún conservan las piedras del camino
no había taxis ni teléfonos
sólo pájaros y bueyes)
El gato y el perro gustaban de escuchar
las historias
contadas por algún campesino que se detenía a
comprar chicha
peleaban para no perder la costumbre
o disputar la sangre de los corderos en los días
de fiesta

Ahora
el "Puta Güeón" caza ratones por la Vía Láctea
y el "Pinga" muerde una estrella que llega tarde
al firmamento.
Hay viento en mis manos
Sólo pienso en el día que salvé una borrega
de las fauces de un chancho
o que recité un poema que ninguno de mi curso
había aprendido
y es verdad que juré ser el mejor alumno
y que lloré la tarde que el bus me cambió de
pueblo es verdad que fui feliz con una honda, un arco
de quila,
un caballo de palo de escoba
es verdad que ahora miro con miedo
a perder los ojos y que sólo quiero ser como el Puta Gueón",
el Pinga" o mi Abuela
para cazar ratones por la Vía Láctea
morder estrellas que llegan demasiado tarde
y entregar mi sangre a las betarragas.


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Pd. Este poema lo rescato de la antología Línea Gruesa, reunión de súrdicos poetas jóvenes chilenos, 2000. Foto de Valdivia, después del terremoto del 1960. No tiene mucho que ver -o sí- pero me gustó para este poema. Para ver el resto de la antología pincha aquí.