Thursday, February 18, 2010

Por fin, luego de muchos años inédito, barro nutricio sobre el cual se escribieron La palabra Rabia y Transversal, ha decidido finalmente abandonar su madriguera Animal Escaso. Padre y madre de los libros anteriores, los crió y vigiló desde su cuidadoso silencio. Ediciones Idea se la jugaron por publicarlo y hoy me llegó el paquete con los ejemplares a casa. Estos poemas fueron escritos entre los años 2002 y 2005, aunque se han ido puliendo y decantando hasta hace poco. Corresponden a un registro fósil de una escritura antigua que desea aparecer, tardía, cuando sus hijos ya están crecidos, y oponer de esa manera su diferencia y romper con la unidireccionalidad de la progresión o evolución en el proceso de publicar. Es decir, esa misma distancia estética se contrapone a las poéticas supuestamente más actuales y que más me representan en estos momentos, creando una falsa esperanza de regularidad en las ediciones que llevo, muchas veces motivado por el azar, haciendo que presente libros en una dinámica de nuevo-antiguo-nuevo-antiguo. Próximamente lo presentaremos en Valencia. Aquí subo un texto más, para que se vayan haciendo la idea:

Materiales

1

El frío te roba la cara. Te sienta en un plato con hielo.

de esa forma –embalsamado– las agujas te marcan. Eres

estalactita –o casi no. Alfiler nacido de roca. Te tiran

granos de miel, arroz dulce –de puro gélido– y subes, silbas

por la onomástica –la ciudad–: el esputo, la pelambrera, la

resaca de la nube –se te da íntegra, a la inversa, toda

congelada– agrisando el vidrio con moho; llaves

no te entran, la bondad de las estufas: el calor de afuera

no convence. Hay blanco. El frío te roba. Te lija. Te hace

resbalar por la escalera: flor soplada para empalidecer el texto,

nieve que sube y no al revés. Una vela de hielo, tu esternón

humeando.

Lo que se consume es más, tos teñida de azul: afuera te quitan

la cara de un corte: lengua, gillette. Te pegan el rostro de un perro.

De una perra vieja –la enterraron bajo el cirro. No caía lluvia.

No habían gotas, nada líquido. Sí escombros. Clavos dulces.

Esquirlas de una bomba fría, arcángel con sonido de un copo

al tocar la hojalata. Te tragas el puñal –mejor amigo– el tallo

fino de la mosqueta: el capullo afuera no significa nada

más: la asfixia. La fobia. La afasia. El frío te roba: es el sonido

de la cuchilla, su reflejo, el mismo del hielo al hacer la incisión.

Un perro apaleado en la calle gime –tu cara se le descose– la nieve

se hace púrpura, caramelo sobre un helado. Comer o no.

2

Es verdad: hay frío. Rocas de sal. Coraza

de cangrejo, otra roca –espera comerse ese hueco de pozo.

Cruje el desierto, su metro cuadrado, la orilla, la espuma,

cuencas de gaviota –devoradas por quimeras, gotas de vapor.

Y el dolor, mirar: sílex, yesca, llamarada, desconcharse

una piel sin caerse del todo, cerros haciendo visible el lugar

de una muerte –tácita– pero sin deteriorarse, momias,

cruz de manos

parecidas a sed. La lágrima, síntesis de un pequeño salar.

Los flamencos, de esa agua venenosa, filtran algo y les nutre.

Y tú, que cuando hablas te agrietas el pecho, oyes la rotura

de una quijada cayéndose –se entierra en sedimento, rumor de

escarabajo.

Entiendes de piedras (estás hecho de ellas). Un jirón de piel

sostiene lo ínfimo, agujero negro de bala, soga donde la pirita

ha sido alfabeto. Es verdad. No hay frío. Ni agua. Una libélula

voló directa al nervio. Dunas lamen dunas. No puntos

sino enormes granos de arena. El desierto limita con el mapa.

No barcos. El calor hace ulular las imágenes. El espejismo

es el espejo de los muertos. Y tú, que vives, sólo ves el rojo

galápago, sal en retirada, ventisquero, quemadura

que es aire.


--------


Pd. Cosas del fetichismo. En la foto no se ve, pero el libro va envuelto en papel diamante, cerrado con broche de papel malva. Es precioso, perdonen el entusiasmo y la poca objetividad. Se lo quité todo para escanearlo mejor.